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Los fantasmas duales de Liliana Bellone

Transita de la poesía a la narrativa y viceversa. “La poesía se nos otorga, también la escritura de la narrativa”, afirma. Resumen de una entrevista realizada desde Buenos Aires por el escritor Rolando Revagliatti, para descubrir un poco más la vida de Liliana Bellone y sus musas literarias que la distinguen como poeta y narradora salteña.


Liliana Bellone nació el 10 de febrero de 1954 en Salta, capital, Argentina. Desde 1977 es profesora en Letras en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Salta. También integró el Consejo de Investigaciones entre 1980 y 1990.

Como escritora obtuvo primeros premios en los géneros cuento, poesía y dramaturgia, obtuvo en 1993 el Premio Casa de las Américas de Novela (La Habana, Cuba). Participó en numerosos congresos y encuentros de escritores en varias provincias del país y fuera de la Argentina en Bolivia, Cuba e Italia.

Entre otras antologías ha sido incluída en “Cuatro siglos de literatura salteña” (selección de Walter Adet, 1981), “Poesía de la mujer argentina” (selección de María del Carmen Suárez, 1986), “Premio Casa de las Américas. Memoria” (selección de Inés Casañas y Jorge Fornet, 1999), “Leer la Argentina (NOA)” (selección de Graciela Bialet y Mempo Giardinelli, 2005), “Antología Federal de Poesía. Región Noroeste” (Consejo Federal de Inversiones, 2017). Libros publicados: dramaturgia, “…y sonaba el minué” (Premio de la Provincia de Salta, 2010); cuentos, “El rey de los pájaros” (1992), “De amores y venenos” (1998), “De la remota Persia y otros cuentos” (2004),“Estas que fueron pompas y alegría” (2007),“En busca de Elena” (2017); novelas, “Augustus” (Primer Premio Casa de las Américas, Cuba, 1993, con segunda edición en 1994 y tercera edición en 1995), “Fragmentos de siglo” (1999), “Las viñas del amor” (2008), “Eva Perón, alumna de Nervo” (Edición del Congreso de la Nación Argentina, Colección Bicentenario, 2010; 2ª edición en 2012); poesía (entre 1979 y 2006), “Retorno” (Premio Provincial de Poesía 1977), “Convergencia”, “Elegía en primavera”, “El cazador”, “La travesía del cuerpo”, “Voluntad y otros poemas”, “Febrero”. En italiano, con traducción de Saúl Forte y prólogo de Rosa María Grillo se publicó en 2014 “Eva Perón, allieva di Nervo” y con traducción de Rossella Carbone en 2016, “Frammenti di un secolo”, ambas novelas a través del sello Oedipus, de Salerno-Milán, Italia.

¿Siempre residiste en tu ciudad?

LB – No. Mis padres se trasladaron al interior de la provincia cuando yo tenía poco más de un año. Residimos en el Ingenio San Isidro y en General Güemes, lugares que remiten inmediatamente a la caña de azúcar y a los ferrocarriles. Papá era docente, Profesor Normal Nacional, un título que lo habilitaba para enseñar casi todas las materias de la enseñanza primera y media. Él recitaba de memoria a José Martí, Rubén Darío, Carlos Guido y Spano, Marcos Rafael Blanco Belmonte, Amado Nervo, Francisco Villaespesa; contaba infinitos cuentos, fábulas y anécdotas; hablaba de historia y literatura todo el tiempo. Escribió también: relatos y poemas. Se preocupaba por la rima y por la medida de los versos. De él heredé el “Resumen de versificación española” de Martín Riquer. Y también los libros de su modesta biblioteca de docente: “Hamlet”, “Otelo”, “Las alegres comadres de Windsor” de Shakespeare, “Petronio y su tiempo”, “Diálogos de orador” de Cicerón, la “Poética” de Aristóteles, en las ediciones económicas de Editorial Claridad y en la colección de Literatura Universal de Editorial Emecé, “Mi vida” de Domingo Faustino Sarmiento, “El gran dictador” de H. G. Wells, “La perfecta casada” de Fray Luis de León y el “Martín Fierro” de José Hernández, además de los volúmenes de lectura, formación y difusión que editaba el Ministerio de Educación para las escuelas nacionales de aquellos años, como “La razón de mi vida” de Eva Perón y “San Martín en la historia y en el bronce”.

De esas lecturas salieron algunas de mis novelas. Mamá recitaba los poemas de Darío, Nervo y Gustavo Adolfo Bécquer que había aprendido en la escuela. Me instaba a memorizar a Rubén Darío: “Éste era un gran rey que tenía…” Yo no sabía todavía leer y repetía esos versos mágicos en el patio mágico rodeado por las hojas de las parras y las higueras. Esa primera infancia fue de luz y hallazgos, junto a mi único hermano, Juan Carlos (como mi padre). Nos criamos escuchando hablar a los abuelos inmigrantes.

El abuelo paterno se llamaba Giovanni Bellone, era de Piamonte, había llegado a la Argentina en 1911. Falleció joven, a los cuarenta y dos años. El abuelo materno, Víctor Centeno, era español, de Zamora, Castilla, y a los veinticinco años se embarcó a nuestro país en busca de mejor suerte. Vino solo y luego trajo a su madre, hermanos, sobrinos y tíos. Los dos abuelos se casaron con mujeres argentinas: Giovanni con Lía Palomo Escobar y Víctor con Rosario Torres Hoyos. El abuelo Víctor falleció cuando yo cumplí quince años. Era muy delgado y pequeño y tenía unos ojos celestes transparentes y risueños. Las dos familias residieron en la capital de Salta y en Campo Santo, un pueblo casi legendario, de gauchos e inmigrantes españoles, italianos y árabes. Mis padres siempre narraban historias de familiares y amigos acontecidas en ese lugar. Y de esas historias surgió “Augustus”, bellamente editada por Casa de las Américas y en cuya tapa luce un cuadro de Julio Le Parc. Umberto Eco privilegia al destinatario, que forma parte de la cooperación lectora e interpretativa, por eso siempre pienso que en Cuba encontré a los lectores ideales para mis ficciones. Cuba fue un descubrimiento y un redescubrimiento para mí.

Hablame sobre “Augustus»

LB – En el título está la reminiscencia de Roma e Italia. También la figura del Padre. Además, la lectura de “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar, me había conmocionado: de allí extraje eso que concierne al alma de los libros. Los personajes protagónicos y las voces de la narración son femeninos, dos hermanas, Isabel Clara Eugenia (como la hija de Felipe II) y Elena (como la reina de Italia, la esposa de Víctor Manuel). Hijas de inmigrantes, estas mujeres viven en Campo Santo en la década del treinta y luego en la ciudad de Salta durante las décadas de los cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta. Envejecen en total soledad y aislamiento. El libro lleva un epígrafe de “Eugenia Grandet” de Honoré de Balzac, que hace referencia a la asfixiante vida provinciana. La crítica cubana Mirta Yáñez señala que en “Augustus” puede leerse lo que ella denomina “horror a la aldea”.

Las hermanas Campassi (el apellido materno de mi abuelo Bellone) de la ficción son casi gemelas; una es el espejo de la otra, a tal punto que entre ellas hay una confusión imaginaria, de identidades, una es la otra y viceversa. De alguna manera, en estos personajes están presentes las dos hermanas de mi vida real, María del Huerto, mi madre, y Carmela, mi tía, o tal vez los fantasmas duales de mí misma.

Hay otra novela tuya publicada en Italia

LB – En 2014: “Eva Perón, alumna de Nervo”, que había sido editada por la Biblioteca del Congreso de la Nación en 2010, en su Colección Bicentenario, y que apareció en Europa con el título de “Eva Perón, allieva di Nervo”. Fue traducida por Saúl Forte y salió también por Oedipus, que la distribuye por Feltrinelli y Mondadori. Las dos novelas llegaron a Europa de la mano de la crítica académica, que fue realmente muy generosa con mi obra. Debo recordar los abordajes de Fernanda Elisa Bravo Herrera, Liliana Massara, Nilda Flawiá, Karen Douglas de Alexander, Zulma Palermo, Rafael Gutiérrez, Alicia Poderti, Lucila Lastero, María Esther Gómez, Bertha Bilbao Richter y Santiago Hernández Aparicio; en Italia, de Rosa María Grillo, Carla Perugini y Rossella Carbone; en Francia, Claude Cymerman; en Cuba, de Mirta Yáñez y Juanita Conejero. La novela se presentó en varias universidades: Roma Tre, Milán, Venecia, Salerno, Nápoles, Viterbo y Centros Culturales de Capri y Avellino. Ir a Italia gracias a lo que escribí sobre esa gran mujer, fue cumplir con un mandato misterioso. Mi padre (que no era peronista) me había dejado, como dije, “La razón de mi vida” en su biblioteca, quizás para que allí descubriera a la extraordinaria Evita. Pero también conocí la patria de mis antepasados. Castelferro, en la provincia de Alessandria, donde nació Umberto Eco, la Isla de las Sirenas de Odiseo, o sea Capri, que acogiera a Marguerite Yourcenar y a Pablo Neruda, la ciudad de Viterbo, donde reposa la santa que dio nombre al colegio de monjas franciscanas de Salta donde cursé la secundaria, Pompeya, la de Leopardi y su estoica y bella retama, como las que perfumaron mis días infantiles en General Güemes.

En Capri frecuenté a un grupo de escritores, arqueólogos, antropólogos e historiadores que me hablaron de Elena Hosmann, una fotógrafa argentina muy conocida por su libro de fotografías del Perú y Bolivia, “Ámbito de altiplano”, editado por el sello Peuser en 1945 y que representa una mirada artística, antropológica y étnica de la cultura andina. Elena Hosmann, nacida en tu ciudad, se había casado con Edwin Cerio, el escritor e ingeniero caprense, mecenas y anfitrión de Neruda en 1952. Esta pareja tuvo una sola hija, la célebre Letizia Cerio de Álvarez de Toledo, amiga de Borges, quien le dedica el poema “La noche que en el sur lo velaron” (“Cuaderno San Martín”) y la nota aclaratoria final de “La biblioteca de Babel” (“Ficciones”). Lo cual me permitió investigar sobre Elena Hosmann y concebir el volumen de cuentos y relatos “En busca de Elena”, en el que reúno también otros cuentos que había escrito desde 2010 y que publicó este año en tu ciudad Editorial Nueva Generación.

¿Alternaste siempre la escritura de poesía y narrativa?

LB – Así es. E incursioné en el ensayo y la dramaturgia. La poesía se nos otorga, también la escritura de la narrativa, pero hay un espacio, un retorno en la narrativa que exige un programa, una disposición lógica que ordena lo que ofrece la idea germinal (llamémosle “inspiración”). Una vez que la idea se desarrolla en la mente, el cuentista o el novelista, escribe. Me ocurre que cuando escribo cuentos no tengo casi el final, la escritura “me lleva”, como decía Cortázar; en cambio, cuando escribo una novela, el comienzo (empezar) y el final (terminar), como señala Italo Calvino, se me imponen claramente. Entonces escribo.

Escribí poemas en las servilletas de los cafés, en cuadernos de apuntes, agendas, cualquier papel a mano, donde pude. Pero volvía sobre los poemas (como aconseja Horacio Quiroga en el caso de los cuentos) y los reescribí. A veces no pude frenar el dictado de “la voz” poética y escribí y escribí. Me pasó con algunos poemas, que son instantes y desarrollo de esos instantes, como es el caso de “Febrero”, que constituye un libro concebido en un par de horas durante una mañana de lluvia, mientras esperaba en un café para entrar en el Colegio Nacional a dar clases. Descubrí que podía escribir poesía del instante, de las cosas y lo estrictamente circunstancial, testimonio inmediato, mirada minuciosa de la existencia y la realidad. Podía escribir de todo: del agua que corre en las aceras y que arrastra tapas de plástico, restos de cartón, objetos desechados e inútiles, del rostro de una estatua cubierta por el verdín, de una rama seca, del café que bebía. Pero también advertí que la narrativa, la novela y el drama cabían en el poema, o mejor dicho, el poema les brindaba su soporte. A la inversa, descubrí que mis novelas provenían de la poesía y que la poesía me permitía contar. O sea, pude transitar de la poesía a la narrativa y viceversa.

Publicaste ensayos y crítica literaria en numerosos medios pero no los reuniste en algún volumen. ¿Sucederá..?

LB – Permanece, sí, inédito el ensayo sobre Borges y sus negaciones: o sea, el amor, las mujeres, la novela y la ideología. Ya sabemos que la cuestión del “otro” es determinante en Borges, el semejante, el “otro” del espejo, el de la relación dual e imaginaria de amor y odio: que es a partir de lo que abordo su narrativa y su poesía.

Es posible que en algún momento reúna los ensayos y crítica literaria en un volumen; es una gran idea y un gran desafío, Rolando.

Además de “Michele. La ópera no escrita de Giacomo Puccini”, a la que ya me referí, tengo inéditos cuatro poemarios: “El viaje y la palmera”, “El infierno de los amantes crueles”, “El pez” y “La costura de Hortensia” (Diploma de Honor “Carlos Alberto Débole”, 2013). Algunos textos de esos libros aparecieron, entre otros medios, en la revista “El Hipogrifo” de Roma, en el suplemento literario del Diario “Pregón”, de San Salvador de Jujuy, que dirigió durante años el poeta Néstor Groppa y luego la escritora Susana Quiroga, en los suplementos literarios de “El Tribuno”, “Punto Uno”, y en el “Intransigente” de mi provincia, que dirige el escritor Ricardo Federico Mena.

Estoy recopilando material para una novela histórica sobre José de San Martín, centrada en la etapa de su estadía en Lima, antes del desenlace de Guayaquil. Quizá éste sea el secreto para poder seguir escribiendo, los fantasmas o los sueños diurnos, como señala Freud, esos sueños con los ojos abiertos, lugar de cruzamientos, velo último que recubre lo que los poetas descubren: al que no se accede, que apenas se puede vislumbrar y del que retorna mortalmente herido, ya sin ser el mismo, ese lugar que es el lugar de lo real, la no palabra, el agujero, lo que nos precede y lo que nos sucederá, como en la naturaleza, como en el universo.

¿Cómo fue esa reconciliación con tu entorno familiar y con la sociedad salteña después de escribir la novela “Augustus”?

LB – En un comienzo sentí esa reconciliación pero, con el tiempo, me di cuenta de que era transitoria. Tal vez, por ser la primera novela, hay una especie de exorcismo de fantasmas familiares y sociales. Esos fantasmas se van desplazando a otros espacios y otras historias; así surgieron los relatos sobre los años ‘70, sobre la vida de Evita, etc.

Escribí “Augustus” en 1984. La presenté en varios concursos de la provincia, entre ellos el de una Fundación de un conocido Banco; era un Premio Regional, y el jurado optó por las escrituras más tradicionales y las temáticas aceptadas por el imaginario lugareño.

También procuré publicarla a través del apoyo oficial, pero sin éxito. “Augustus” era (y es) una obra demasiado crítica sobre el ámbito provinciano. Marzena Gregorcyk, profesora y crítica norteamericana, me sugirió presentar el libro en la Casa de las Américas. Cuando me enteré que había sido premiado por la Casa, te imaginarás cuán sorprendida quedé. En Cuba —ya lo dije— había encontrado a mis lectores.

¿Por qué escribir una novela sobre Eva Perón..?

LB – Estás apuntando al título de la conferencia que ofrecí en el Centro de Estudios Martianos de Cuba en 2013. Sobre Eva Perón ya se ha escrito mucho; por lo que pensé en mostrar los aspectos desconocidos de su historia. Indagué su infancia, su juventud, sus lecturas, los poetas a quienes recitaba, su relación con la madre y los hermanos, los años difíciles en Los Toldos y en Junín, y traté de rescatar a un ser de carne y hueso. El hilo de Ariadna fue Amado Nervo y su poesía mesiánica, modernista y estoica, poesía de la que Evita era asidua lectora. Desde pequeña, en la escuela, ella recitaba los poemas de Nervo, casi siempre cargados de un tánatos y un espíritu sacrificial que luego se concretó en su vida. Por eso, se puede arriesgar la siguiente afirmación, que sería el sustento de la novela: la existencia de Eva Perón está escrita en la poesía de Amado Nervo.

Al comenzar a concebirla se me planteó la cuestión del ritmo narrativo. Ya en “Augustus” sentía la cadencia entrecortada de “Pedro Páramo” de Juan Rulfo y el sonido continuo de “Las olas” de Virginia Woolf. En “Eva Perón, alumna de Nervo” se impuso el ritmo poético. Con el devenir de la escritura me di cuenta de que predominaba la musicalidad del soneto. La novela está estructurada en cuatro partes concatenadas que se entrelazan y repiten como en esa composición métrica. Seguramente en Italia, esa cadencia se hizo audible por las oraciones cercanas al endecasílabo. Por eso opino que la versión italiana es más rica desde el punto de vista sonoro.

En la novela “Leviatán” de Paul Auster dice: “—He llegado a un punto en el que ya no sé qué estoy haciendo. No sé si es bueno o malo. No sé si es lo mejor que he hecho nunca o si es un montón de basura.” ¿Alguna vez estuviste cerca de sentir algo así?

LB – Una suele dudar a veces de lo que escribe, pero siento que mis libros son criaturas engendradas por mis deseos y fantasías, por lo que los amo a pesar de percibir por ellos cierto sentimiento de extrañeza. Las creaciones de un escritor son producto de él mismo y de quienes lo han precedido en la vida y en la literatura, por lo tanto no podría considerar todo eso como basura aunque nuestro ser pueda transmutar y transmutarse en desecho. El receptor, siguiendo a Umberto Eco, que es quien pondrá sentido a las producciones literarias y artísticas en cooperación con el escritor, es el que decidirá el lugar de vanguardia, museo o historia a donde se dirige la escritura y, por qué no, también el lugar del olvido, del residuo, del borramiento y del desecho. Si bien a veces una piensa que lo escrito no reviste mayor valor y a pesar de que en un momento de mi vida destruí algún manuscrito, ahora siento una especie de compasión por esas producciones: tal vez sea autocompasión.

Entrevista realizada a través del correo electrónico en Salta y Buenos Aires.
Rolando Revagliatti, licenciado en psicología y escritor. (Julio 2017).

www.revagliatti.com

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