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Adios al escritor Alberto Laiseca

El autor de la monumental novela «Los Sorias» y creador de lo que sus discípulos gustaban llamar «realismo delirante» murió el 22 de diciembre a los 75 años, en el Hospital Británico, de la Ciudad de Buenos Aires.


Laiseca nació en Rosario el 11 de febrero de 1941 y pasó su infancia en Camilo Aldao, un pueblo ubicado entre las provincias de Córdoba y Santa Fe que lo declaró Ciudadano Ilustre en 2010.

Ese lugar lo marcó profundamente por dos hechos fundamentales: fue la zona donde comenzó a imaginar historias y donde experimentó una tormentosa relación con su padre. «La cabeza de mi padre», uno de sus relatos de terror, da cuenta de esa experiencia.

Su rostro y voz se hicieron populares mucho después de haber escrito gran parte de su obra y gracias al programa de televisión «Cuentos de terror» que emitió el canal I-Sat, escribió una veintena de libros entre los que se cuentan «Aventuras de un novelista atonal», «La hija de Kheops» y «Los Sorias», novela mítica de más de 1500 páginas.

En 2011 se editaron en un solo volumen sus «Cuentos completos». Desde hace un año y medio Laiseca vivía en un geriátrico del barrio de Flores, su salud era delicada, y era visitado por algunos de sus discípulos, entre los que se encuentran Selva Almada, Leonardo Oyola, Juan Guinot, Leandro Ávalos Blacha y Sebastián Pandolfelli.

Su primera novela, Su turno para morir, apareció en 1976 y fue reeditada en 2010. En 1982 publicó su primer libro de cuentos, Matando enanos a garrotazos.

En un homenaje realizado en el Centro Cultural Rojas en 2014, Laiseca recordó «estar en el patio de la casa de papá, en un día de verano, sentado en la tierra, imaginando cosas y, también, esperando a mi pandilla, que eran seis chicos con los que salíamos a hacer aventuras. Sus madres me odiaban, porque decían que mandaba más yo que ellas, y era verdad. Esas eran las cosas que me ayudaban a no volverme loco», relató el escritor sobre el pueblo que lo acompañó en su memoria hasta el último día de su vida.

Menospreciado por su padre y abandonado a su suerte, Laiseca viajó a Buenos Aires y tuvo que rebuscárselas para sobrevivir: fue cosechero, empleado telefónico, corrector de pruebas de galera, durmió en la calle, pasó hambre, vivió en muchas pensiones, pero nunca dejó de escribir.

«La pasé muy mal en una época de mi vida. Pensaba mucho en el suicidio, fueron décadas así, hasta que un día unos amigos me prestaron un grabador a cinta. Ahí empecé a hacer relatos, discursos, puteadas. Eso me salvó», contó alguna vez.

Gracias a su voluntad desmedida y su imaginación desbordada, fue creando con el tiempo un estilo tan extraño como personal: el llamado «realismo delirante», un género literario personal que trabaja con la realidad a partir de la exageración y donde las cosas cambian su dimensión para ser miradas, pensadas y narradas desde una nueva concepción espacio-temporal.

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