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Hallan un escrito sobre Dávalos

En los albores del cincuentenario de la muerte del patriarca de las letras salteñas Juan Carlos Dávalos, se encontró en Buenos Aires un histórico original que data de 1928. Se trata proyecto de ley para publicar sus obras escrito por Policarpo Romero y una presentación de Deodoro Roca. Aquí lo cuenta Carlos María Romero Sosa.


A 50 años de su fallecimiento del

patriarca de las letras salteñas

No por lejanas se desvanecen ciertas vivencias infantiles. Han transcurrido ya cincuenta años y sin embargo recuerdo con claridad el momento en que llegó a nuestro hogar porteño la noticia del fallecimiento de Juan Carlos Dávalos. Fue el viernes 6 de noviembre de 1959, cuando mi abuela -prima hermana del poeta- llamó por teléfono a Buenos Aires desde Salta para informar del deceso, ocurrido aquel mismo día.

Me parece ver de nuevo el gesto paterno demudado por el anuncio y captar además su preocupación ante el tono compungido de Ana María Sosa Dávalos, que evidenciaba la marca de una nueva tristeza -reconocible pese a las interferencias propias de las comunicaciones a larga distancia de la época-; otro dolor pues, a sumarse en ella al de su reciente viudez de un mes atrás. Veinte años no será nada para el tango, pero medio siglo es mucho en perspectiva humana, un tiempo más que suficiente para que las emociones tiendan a aligerarse cuando no a desaparecer. No obstante, aquí y ahora, cobra nuevo peso en mi espíritu la íntima remembranza señalada.

Todo escritor está en sus libros, es cierto, pero igualmente se halla presente en la vibración que sus palabras siguen despertando en los lectores; y hasta de un modo particular, por representar una conexión directa con el anónimo mundo de la vida, queda en las marcas de toda especie que aquéllos pudieran intercalar entre las páginas: desde anotaciones varias hasta recortes de diarios o revistas a propósito de algo de lo allí escrito.

Así por ejemplo, al abrir hace poco el ejemplar en mi poder del volumen “Salta” de Dávalos -que prologó Manuel Gálvez y editó en 1918, en Buenos Aires, la Sociedad Cooperativa Editorial Limitada-, descubrí en su interior cinco cuartillas manuscritas reunidas en un cuadernillo hoy amarillento. Contienen un Proyecto de ley acordando 3000 pesos a Don Juan Carlos Dávalos para la impresión de sus obras ‘La Tierra en armas‘, ‘Los gauchos’ y ‘Cuentos’ . Para mi mayor sorpresa se trata de un texto redactado y suscripto en 1928 por Daniel Policarpo Romero (1871-1959) -mi abuelo paterno-, por entonces diputado provincial por el Departamento de Rivadavia y Vicepresidente de la Cámara.

Mientras descifro su corrida caligrafía de viejo periodista, me pregunto qué fue de ese proyecto elevado a consideración de la Legislatura local y hasta dado a conocer por el diario Nueva Época el 31 de agosto de 1928, de acuerdo al dato que aporta -en la página 53- la “Bibliografía de Juan Carlos Dávalos” realizada por Iris Rossi, que publicó en 1966 el Fondo Nacional de las Artes, en la colección Bibliografía Argentina de Artes y Letras. Ignoro porqué no tuvo acogida entonces la iniciativa del profesor Romero que subraya en el párrafo final, a propósito del subsidio peticionado, que “será la primera vez que se le acuerde ayuda a Dávalos para el objeto mencionado, siendo todas las publicaciones que ha hecho fruto de su propio esfuerzo”.

Tampoco encuentro referencia alguna a ella en el capítulo pertinente: “Historia de la publicación”, incluido como uno de los encabezamientos de las Obras Completas -en tres tomos- de Juan Carlos Dávalos editadas en 1996 por el Congreso Nacional a instancias del Senador Julio Argentino San Millán y fruto innegable de las gestiones cumplidas en ese sentido desde 1973 por Roberto García Pinto, así como de la recopilación de materiales éditos e inéditos y de los estudios sobre los mismos debidos al señalado crítico y Académico de Letras. Lo cierto es que al menos -quizá- no sería descabellado suponer que el proyecto de 1928 bien pudo servir de antecedente a una norma efectivamente promulgada en 1940 por Ernesto M. Aráoz, Vice Gobernador de la Provincia a cargo del Poder Ejecutivo, que autorizó editar en forma oficial esta vez otra obra de Dávalos: “Ensayos biológicos” impresa en 1941.

Destaco por lo actual y sin duda tampoco entonces aplicable únicamente a Juan Carlos Dávalos, algunos conceptos vertidos en los fundamentos de aquel texto original en mi poder, ya que describen una situación o mejor dicho una condición bastante común a tantos otros creadores. Pienso no sólo en el patriarca de las letras salteñas sino además, por ejemplo en Ricardo Molinari que debió subsistir enfermo y nonagenario por la ayuda de amigos y colegas; en el catamarqueño Luis Franco sumido en la pobreza en su vejez sin deponer ninguno de sus ideales políticos, o en Antonio Di Benenedetto que terminó sus días en un pequeño departamento prestado en la calle Laprida al 1900.

“Tenemos poetas y escritores -dice el escrito- que pasan por momentos de hondas tristezas y son cuando contemplan en su mesa de trabajo las cuartillas de papel en sus originales producciones sin poderlas enviar a las casas impresoras por falta de los medios necesarios, pues en nuestro ambiente sabido es que el que emplea la mayor parte de su tiempo en el cultivo de las letras, más son las necesidades que lo acompañan que las recompensas que le reportan.

Este es el caso de nuestro mimado poeta y escritor Juan Carlos Dávalos que por su obra propia regionalista se ha hecho popular y está consagrado ya como una figura nacional en el mundo de las letras”. Y sí, Juan Carlos Dávalos fue reconocido, admirado, era consultada su autoridad intelectual en el medio local y fuera de él, pero debía vérselas a menudo con lo sobresaltos económicos, que bien está solía tomar en chiste como que llegó a ironizar en un soneto sobre su “declaración de bienes” presentada para cumplimentar los requisitos de un salvador crédito bancario: “Declaración de bienes exigióme un gerente/ para prestarme un ciento de pesos nacionales,/ en fin, hube de hacerle declaración de males/ y resulté un moroso y abominable cliente.” Jocosidad aparte, sabía con el lidio Anacreonte, el cantor del vino, que ignorar los males y el dolor asemeja a los dioses.

Lejos del acartonamiento de los “opas solemnes”, su naturalidad en estado puro resoplaba bohemia en vendaval de trasnochadas literarias amistosas. Poeta siempre, “con su voz ruda y grave, y su esguince travieso, se alumbra y se riega con los claros jugos de su tierra”, afirmó de él Deodoro Roca (1890-1942), al presentarlo al público cordobés, reunido en el Teatro Rivera Indarte de la Ciudad del Suquía, el 24 de junio de 1939 donde Dávalos pronunció una conferencia sobre la que informó luego a sus comprovincianos el diario El Intransigente el 6 de julio. (Aparte de la charla en el teatro Rivera Indarte, en octubre del mismo año regresó a la ciudad de Córdoba para participar en calidad de disertante del Segundo Congreso Nacional de Escritores.)

Me detengo en lo de la “voz ruda y grave”, es decir en su lirismo sin afectación, por momentos agobiado en varonil quebranto, pero melodioso, con mucho de la campesina sonoridad de los yuyales con grillos y cigarras. Se cuenta que al escucharlo recitar versos en los boliches, los mozos que servían las mesas y sobre todo llenaban las copas de los parroquianos, pedían respetuoso silencio para el “Poeto” pues les sonaba a femenino, en el machista sentido de “débil”, designarlo con el término “poeta”, ya que nada veían de frágil en su corpulenta figura y en su recio decir de coplas de amor sin renegar de un dejo de dulzura. No por casualidad el toro fue uno de los sustantivos más empleados en sus páginas y evidentemente uno de sus símbolos de fuerza y valor predilectos.

Dávalos, bohemio y trasnochador, no era una persona de carácter abúlico, ni un quedado en actitud escéptica, ni se sentía un arrojado en el mundo de acuerdo con la visión existencialista, más allá de asumirse con Heidegger un “ser para la muerte” y hasta incorporar la expresión del filósofo alemán como epígrafe de su poema “Mar de Antofagasta”, fechado en 1952. Estaba embebido en la tierra carnal: “y afuera los cerros, la noche, la lluvia”, cantó poblando con datos externos su mundo interior. Era un activo contemplador de su realidad provinciana, por momentos con perspectiva festiva y crítica, tanto como un esforzado interrogador del misterio, cuando no un iniciado en experiencias de integración. Para muestra basta con estos dos versos de su “Elegía Cósmica”: “No soy extraño al vértigo que arrastra/ sol y planetas en espira eterna”.

No en vano Deodoro Roca, el ideólogo de la Reforma Universitaria de 1918, el militante de las causas solidarias y justicieras en la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y otras organizaciones humanitarias, el entusiasta difusor de los poetas del exilio español como Rafael Alberti y José Bergamín, el acusador del “imperialismo invisible”, el intelectual atento a todas las novedades del arte, la ciencia y la técnica ocurridas en la primera mitad del siglo XX, el compañero en el mejor telurismo, es decir en la tolstoiana concepción de universalidad, de un juvenil Atahualpa Yupanqui -quien lo evocó en su libro “El canto del viento”-, en aquella ocasión dedujo de la personalidad de Juan Carlos Dávalos, tan despreocupada de las “cosas sin fundamento”, como podría decirse parafraseando a Martín Fierro: “Ni en la ciudad ni en su patria -hasta ahora- ha llegado, no obstante remontadas consagraciones, a significar plenamente, para los otros, lo que en realidad es. Está ausente esa particular y agria acción de presencia. Falta en el ingrediente de su vida -donde late cordial, ancha simpatía humana- ese género de acción, deleznable o no, que aquí suele ser indispensable para que a un hombre de pensamiento lo tengamos presente”.

Por cierto este otro Roca sin zorrerías y con lealtad probada a la causa de la Libertad –no al liberalismo económico-; el mismo que anticipándose en varias décadas a las consignas de los estudiantes franceses del 68 entendió que estaba “Prohibido prohibir” -según el oportuno título bajo el cual su biógrafo Horacio Sanguinetti reunió, anotó y prologó en 1972 parte de sus ensayos-, “Roca el bueno” acaso, no aludía naturalmente al “compromiso” intelectual y “del intelectual”, auténtico, jugado y sacrificial que exaltaría Sartre, sino a ese maña de los figurones de dar el presente en todas partes; a la tilinguearía de hacerse ver y al afán de hacerse notar. Y es verdad, Juan Carlos Dávalos no dormía de ese lado. Mal podía hacerlo el hombre en quien latía el arte al ritmo de lo esencial. El que ansiaba para sí la eternidad “a la sombra de un sauce ribereño” desde donde escapar “soñando del tiempo y el dolor”.

  • Carlos María Romero Sosa, abogado y escritor. Reside en Buenos Aires.

    Especial para Calchaquimix Artes y espectáculos.

    Buenos Aires, Noviembre de 2009.
Proyecto Policarpo Romero
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