Otro viernes de teatro independiente… Apenas ingreso a la platea para ver “Juguete a rayas” de y por Nena Córdoba, se me viene a la mente la pregunta de ¿qué pasa en 2014 con los teatristas locales que problematizan y escriben sobre los efectos u orígenes del 2001?
No es esta obra el primer caso y esta web ya ha publicado sobre esta témática, visitada por los teatreros. De nuevo aparecen los espacios fracturados, los personajes deambulantes, dolientes: las cacerolas en cambate , el compás de una cortina periodística que ubica al espectador en el crack dosmilunense.
NN y La patota teatral son los grupos convocantes: no son grupos sin trayectoria, no son talleres sino colectivos desprendimientos del GIT que han transitado por otros grupos. Sus trabajos anteriores han sido valorados por la conciencia social y el humor que han propuesto. NN sobre todo se ubica en la línea más combativa. Estos prolegómenos aparecen si se piensa: ¿cómo leer los sentidos de la obra “Juguete a rayas” sin ejercer la crítica “patovica” de la que habla Elsa Drucaroff? ( refiriéndose a Beatriz Sarlo en Prisioneros de la torre, donde le dedica 70 páginas).
La micro política de la resistencia afirma que el teatro no está en crisis, está en contra del teatro tranquilizador de conciencias y unificador de pensamientos.
Según Pavslovsky habría dos grandes tendencias de este teatro que expresa una micropolítica: por un lado el teatro comunitario (al estilo del que hace Esteban Villareal con su grupo Alas en Villa Juanita), es un teatro hecho por vecinos para su comunidad cercana, que a la vez, usa un lenguaje universal ; “una propuesta que brinda la posibilidad de ser no sólo actor social sino también interprete teatral de los acontecimientos vividos. Muy a menudo, estos espectáculos operan también como una crítica al presente a partir de la revisión del pasado histórico”
La segunda tendencia tiene que ver con una ruptura más importante, a nivel de las poéticas creadoras que recupera las expresiones y momentos creadores del colectivo actoral para recrear una realidad más intensa y potente. Es la clase de teatro que hace Pompeyo Audivert, por ejemplo, en un proceso que él llama “máquinas teatrales”.
Evoco, mientras espero, el énfasis que pone Nena Córdoba en el enunciado “obra escrita y concluida en diciembre de 2001” refiriéndose a esta co- producción; como si en la frase quisiera persuadir al público de “haberse adelantado” a pensar la crisis del 2001.
Luego, recuerdo fragmentos del cómo fue difundido el espectáculo: “ Una historia de nuestra historia… una pesadilla de sueños inconclusos, de vidas confundidas, de pasiones reprimidas, de valores traicionados, de futuro anhelado. 2.001 – 2.014… años de convulsiones íntimas y colectivas, adolescencia de horizonte… horizonte borroneado, sobrescrito. Un mamarracho infantil sobre el laberinto de los sueños.”
En la sala es imposible no dejarse atravesar por el acontecimiento teatral: cinco personas en la platea, un clima denso, tenso y la banda sonora que relata en modo noticiero algunos hechos y nombres de aquel crack nacional. La banda musical y las luces empiezan a pespuntear las escenas iniciales y así subrayarán los climas de la obra, hasta el final.
Las tres historias se enmarañan mientras la mujer sube a escena, los actores cruzan de un lugar a otro, en persistente reclamo, con alaridos sin rumbo, sin potencia dramática en los cuerpos. El espacio escénico está acorralado, vallado y en él los cuatro personajes instalan su historia. Cada barricada sirve de espejo, pasaje o frontera para la mujer, el hombre, la joven y los niños. La simultaneidad de los acontecimientos, sumada a los entretelones de la sala, exige al espectador una mirada triple y atenta. Hasta que los cuatro personajes, los cuatro fragmentos empiezan a reunirse en un solo reclamo, en una solo dolor y en una sola esperanza que se abre paso como luz de ingreso celestial. Una metáfora gastada.
Los hechos son duros para ser mostrados, por lo patéticos: una violación, un aborto, una madre que devora sus hijos, la confesión insensible de un asesino, un fantasma niño-duende, una abogada supuestamente sin retrucos. Una dramaturgia escénica sobrecargada de elementos descompuestos que en tono y trazos goyescos muestran explícitamente la podredumbre social. La estética del Periférico de Objetos también aparece al instante de leer la obra.
La pobreza, representada en la actividad de zurcir camisas y juguetes a rayas que hace la madre, sería el lazo con el 2001 y los corralitos que pueblan el escenario. La tele y una cacerola remiten a la noche de diciembre; pero cada golpe se desvía en las resonancias oscuras de los protagonistas.
Mientras van ocurriendo las escenas se divisan claramente los hilos que sostienen la dramaturgia de Nena Córdoba, se comprenden literalmente las pancartas en las que se parapeta.
Citaré sus palabras: “no hay tolerancia ni al tema (hablando de la memoria) , ni a los que decimos estas cosas a través de nuestro arte. No somos oficialistas, ni opositores, solo somos un grupo de teatreros que habla de lo que nadie quiere escuchar, que muestra lo que es contrario a los intereses de empresarios, de gobernantes, de oportunistas o simplemente de los que quieren olvidar. Somos teatro de la memoria, por eso no somos necesarios, somos su negación. A los que siguen sufriendo las consecuencias de la indiferencia, lo que hicimos para mostrar, lo que tantos se empeñan en callar. Hay muchas formas de desaparecer, y muchas otras de trascender”.
Está más que claro el lugar de resistencia que adopta la directora y autora. Lo que incomoda es el descuido, no sólo del espectador que se ve atrapado por imágenes “duras” pero blandamente interpretadas y construidas con efectismos huecos. Muchas de las escenas generan molestia por la exposición innecesaria de las actrices, los olvidos y trabas de los actores más consolidados, la precariedad con la que estrena un grupo liderado por alguien que sabe del oficio, que no es una novata del oficio. Y que no está sola sino con un equipo de creadores experimentados y reconocidos.
Por otro lado está la repetición despoetizada, la falta de metáforas que impide que la obra supere el nivel literal. Y la oscuridad de la propuesta. Me replanteo a qué responde esta nueva producción de NN y La Patota teatral: si NN busca afiliarse a las búsquedas del teatro comunitario, pensando el pasado reciente o llevando a escena esta batuta de la descomposición social por simple capricho. ¿Y por qué el 2001?
En noviembre de 2011 la escritora, crítica y docente de Letras, doctora Elsa Drucaroff publica su ensayo “Prisioneros de la torre. Política, relato y jóvenes en la postdictadura” En esa obra imprescindible, Drucaroff recupera el concepto de generación literaria de Ortega y Gasset para afiliar a una multitud de jóvenes artistas que llama “generaciones de postdictadura”
Dice Drucaroff que “lo que los habría marcado de un modo definitivo es haber ingresado en la vida pública después de la dictadura de 1976-1983, ya que ese período constituye un desgarramiento social que opera como frontera y se inscribe como marca”.
En la tesis de Drucaroff se afirma que “los autores de la generación anterior fueron ejecutores de un programa revolucionario que fracasó; esa derrota política, no obstante, no dio lugar a la autocrítica necesaria. Lejos de asumir su derrota, los de la generación “revolucionaria” intentan sostenerse en un lugar de predominio resaltando su pasado rebelde y, como contrapartida, negando la existencia de las producciones de los nuevos autores, invisibilizándolos a propósito”.
O sea, que estos jóvenes de la pos dictadura están acorralados simbólicamente a tematizar “de oídas” los reclamos y valores de los 70, ya caídos; estarían condenados a vivir a esa sombra. Y escucho a estas dos actrices tan jovencitas, con esos parlamentos. ¿Qué sentidos pueden llenarlas? ¿Cómo le dan fibra dramática? ¿Qué deseo, qué reclamos las ponen allí?
Elsa Drucaroff, entrevistada en Página 12 por Patricio Zunini, insiste: “Yo hablo de un pasado reciente que no es tan reciente pero que es una llaga traumática. No tengo la sensación de que 2001 sea una llaga traumática. Hablo de los setenta porque de los setenta no se podía hablar, no se los podía pensar. Recién ahora se los está pensando. Uso “pasado reciente” como una expresión que se usaba en los noventa, tal vez haya que revisarla. Tal vez no habría que llamarlo “pasado reciente”, pero tampoco es un pasado lejano, es un pasado ominoso y presente. A lo mejor si se hace una reedición ( de su libro) cambio pasado reciente por pasado ominoso. Es muy complicado.
No sé si se está revisando el 2001, pero sería interesantísimo porque es un fenómeno en un punto exitoso y en otro frustrante”.
Y esa es la sensación que deja ver “Juguete a rayas”: frustrante.
- Patricia Monserrat Rodríguez
Crítica teatral
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