A propósito de un concierto de jazz. Hace más de una semana (y perdón por el silencio…) no es para mi muy común concurrir a escuchar jazz salteño y toparme con un conjunto local que suena tan cerca de la perfección, como resulta posible en el jazz en cualquier parte del mundo. El jazz es la «música de los músicos» y tuvieron que pasar unas cuantas décadas para que se consiga afiatamiento, precisión y entusiasmo necesarios para que todas las piezas (los músicos), encajen más o menos bien.
Ya habíamos visto antes individualidades con buen sonido, el pianista Daniel Tinte y sus extrañas combinaciones de jazz-folclore suena bien. El saxofonista Mirko Petrocelli, hijo de Ariel e Isamara, también, cuando aparece, cada muerte de obispo y condiciones no le faltan. La última vez lo vimos en un acertado homenaje a John Coltrane y después «Dissapear Baby!» (Como canta Louis Armstrong en «Mack de Knife» o «Moritat», que es lo mismo).
También prevalece el grupo de jazz tradicional y mucho «bossa-nova» que compone el siempre entusiasta guitarrista local, Oscar Echazú, que toca en el
Café del Tiempo cada lunes a la noche, tarde, ante escasos auditores, son la
excepción. En fin, que oir jazz en Salta no es fácil. Deleitarse con buen jazz
menos.
De allí que entusiasmados fuímos a ver la presentación de la Orquesta de Jazz
de la Escuela Superior de Música de la provincia de Jujuy, que dirige el
saxofonista Juan José Funes, dió lugar a que nos quedaáramos un rato más.
De esta agrupación poco se puede decir. Son casi treinta maderas y pistones
que suenan al unísono y coinciden en los temas más o menos bien. Pero éso,
claro está, no es jazz, es una gimnasia musical conjunta y punto. Como dice el
amigo comentarista de jazz Hugo Ramos: «Es una locomotora de sonidos».
Quizás rescatando arreglos adecuados (se compran por Internet), sonarian
distinto, y mejor, claro está, pues tiene material, aunque son demasiados. Con
17 o 18 sobran… Además hay que resctara a los solistas, sacándolos del
montón.
Antes, en primer lugar (no era jazz), el grupo de la Orquesta Académica
que dirige el maestro Antonio Montero, nos hizo escuchar algo de Rossini, una
pizca de Piazzola (no había un bandoneón) y Vivaldi. Ahora, gracias a algunos
ensayos de sábado, suenan mucho mejor ahora y la inclusión de dos músicos
salteños de la Sinfonica de Salta, el joven profesor clarinetista Nelso Montero
y la violoncelista Margarita Grosso, le dieron el toque profesional.
Pero nos quedamos para ver la tercera presentación, la mejor, de la «Orquesta
de Ritmos y Fusión», sofisticado nombre para un octeto de jazz que suena de
maravillas. Una flauta traversa que deleita, de kilates, en la línea de Herbie Man
(¿Roque?), una trompeta que suena muy bien pese a su incipiente iniciación
(Orestes), un saxo que sorprende (otro hermano Orestes también), la
recientemente incorporada Marina Laguna en saxo tenor, el guitarrista
Walter Guzmán, un toque mágico inal alegre, dos percusionistas de gran
calidad, uno mejor que otro y el contrabajo y el piano, son para disfrutar.
Decidieron interpretar temas de Benny Golson., Pat Metheny, Dizzy Gillespie y
Miles Davis (creo) y otros. Sorprendieron por su precisión y afiatamiento. Nos
quedamos con ganas de volverlos a ver, y será posible porque se presentarán
nuevamente el 20 de este setiembre en el Teatro de la Fundación.
Por juntarlos, gracias a Carlos Uriburu, director de la Escuela de Música de Salta, que está realizando un aporte fundamental para el desarrollo de la buena música en nuestra ciudad.